Según la consultora IMS, el valor del mercado farmacéutico global crecerá un 5-7 por ciento en 2011, hasta alcanzar los 880 mil millones de dólares. Este crecimiento será muy distinto por regiones.
En los países más desarrollados, la evolución del mercado se ve frenada por mecanismos de reducción del gasto farmacéutico y por los vencimientos de patentes de productos que son superventas. Así, en los cinco principales mercados europeos (Alemania, Francia, Italia, España y Reino Unido) el crecimiento previsto se sitúa entre el 1-3 por ciento, como en Canadá. En EE. UU., el mayor mercado mundial, se espera un aumento del 3-5 por ciento (de 310 mil millones de dólares hasta 320-330 mil millones).
En los 17 países considerados mercados emergentes en esta industria, el crecimiento previsto será del 15-17 por ciento. En estos países, la financiación sanitaria publica y privada es cada vez mayor. Para China, que ya es el tercer mayor mercado farmacéutico, se ha pronosticado un crecimiento del 25-27 por ciento. Con el fin de adaptarse al entorno actual, una de las opciones estratégicas que están adoptando las grandes farmacéuticas es la de invertir y trasladar parte de sus operaciones a estos mercados.
De otra parte las compañías se ven obligadas a reducir el precio de los productos que han sido sus principales fuentes de ingresos debido a la pérdida de exclusividad en el mercado y a la entrada de versiones genéricas. Al mismo tiempo, los ingentes recursos invertidos en I+D no dan el resultado esperado y no consiguen compensar las pérdidas de facturación que conllevan los vencimientos de patentes. Por otra parte, gobiernos y aseguradoras presionan sobre los márgenes del sector con rebajas y con restricciones a la financiación de medicamentos.
El resultado de todo ello es que las compañías se ven obligadas a tomar medidas cortoplacistas (bolsa e inversores no dejan de presionar y cada trimestre hay que presentar la mejor foto) si se quiere evitar el deterioro de las cuentas de explotación y de los ratios. Es lo que explica la eliminación de unos 300.000 puestos de trabajo en la última década y la reducción de la inversión en I+D desde un 20 por ciento de la facturación a prácticamente la mitad (ver la entrada anterior).
A corto plazo, quienes dirigen actualmente las farmacéuticas consiguen sobrellevar la situación y seguir dando dividendos a sus accionistas. El problema viene cuando analizamos el impacto social y la perspectiva a largo plazo. Si bien los gobiernos consiguen con sus medidas reducir la factura farmacéutica, hay efectos colaterales que no deberían despreciarse, como son la pérdida de empleos, el deterioro del tejido industrial y de la capacidad investigadora y la pérdida de competitividad. ¿Cuál es el balance de todo ello para la economía y para el conjunto de la sociedad? ¿Realmente merece la pena seguir por esta vía? ¿Es lo más beneficioso para todos? ¿Es la mejor opción o pueden articularse otras soluciones menos destructivas?
Es un hecho que se están cerrando laboratorios al completo, reduciendo personal investigador e invirtiendo menos recursos en I+D. El sector se ha vuelto menos atractivo para los inversores y de no cambiar esta tendencia, lo más probable es que las soluciones terapéuticas innovadoras tarden mucho más tiempo en llegar. Y como reflexionaba Lamattina (ver la entrada anterior) hay áreas donde la innovación es muy necesaria por no existir tratamientos eficaces en la actualidad. A mi modo de ver, un panorama verdaderamente preocupante y que debe hacernos reflexionar a todos.
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