Wednesday, April 25, 2007

¿Está comprando caro AstraZeneca?

La reciente adquisición de la biotecnológica estadounidense MedImmune, una de las mayores del sector, no hace sino confirmar de forma incuestionable su apuesta por el negocio de las grandes moléculas (péptidos, proteínas, etc.), que son el objeto de la biotecnología. Con este movimiento AstraZeneca va a pasar de tener en su cartera un 7 por ciento de productos biológicos a un 27 por ciento. En cierto modo esta estrategia comenzó su andadura a finales de 2004, con la compra del 20 por ciento de Cambridge Antibody Technology (CAT) y continuó con la adquisición del 80 por ciento restante hace ahora un año.

Las grandes del sector, sometidas a la presión para encontrar productos sustitutivos de aquellos cuya patente ha vencido o está próxima a vencer han encontrado en la biotecnología su tabla de salvación. La investigación y desarrollo de las pequeñas moléculas, fruto de la síntesis química, pierde interés en favor de las grandes moléculas, que resultan de la biotecnología. Actualmente aproximadamente la mitad de los productos que se encuentran en fase II y III procede de este ámbito. En primer lugar, este sector resulta atractivo por estar creciendo al menos el doble de lo que lo hacen las grandes de la industria. En segundo lugar, los procesos biológicos necesarios para producir los productos biotecnológicos son más difíciles de reproducir, lo que reduce notablemente las posibilidades de que alguna vez lleguen a ser comercializados por compañías de genéricos.

En el caso que nos ocupa, uno de los aspectos que está generando más discusión es el precio acordado. Bien es verdad que el monto de la operación resulta por sí mismo muy llamativo. Si tenemos en cuenta la facturación anual de MedImmune, AstraZeneca ha decidido pagar unas 12 veces esta cantidad. Un ratio inusual por lo elevado. Si tomamos en consideración lo que se paga en relación al beneficio por acción, resulta un cociente de 300. Respecto al valor de la acción de MedImmune antes de ponerse a la venta, se está pagando más de un 50% de prima. Estos datos parecen dar la razón a quienes sostienen que AstraZeneca, llevada por su desesperación para superar los reveses sufridos (el último ha sido los malos resultados obtenidos en los ensayos con el producto AGI-1067 y su definitivo abandono) y asegurar su futuro, está pagando muy cara esta compra. Algunos analistas han llegado a señalar que el beneficio del acuerdo tardará años en aflorar.

No obstante, algunas reflexiones apoyan también lo contrario. Según un estudio de la firma de auditoría Ernst & Young, la prima promedio en las adquisiciones de las grandes biotecnológicas en 2006 fue del 60 por ciento. Por lo tanto pagar algo por encima del 50 por ciento ya no resulta tan inusual. De hecho la propia AstraZeneca pagó el pasado año un 67 por ciento de prima con la compra de CAT.

En el caso de MedImmune parece un error fijarse en las veces que se paga la facturación. Lo que tiene más valor en esta compañía no es la facturación actual, sino el potencial de su cartera, que suponemos habrá sido convenientemente valorado por la compañía adquiriente. Con esta compra AstraZeneca está añadiendo 45 nuevos candidatos a su pipeline, creciendo éste hasta 163 moléculas. El riesgo inherente a la investigación farmacéutica hace suponer que muchas de ellas no llegarán al mercado, pero no parece aventurado, sobre todo si se ha analizado bien, pensar que algunas sí lo harán y que incluso unas pocas podrían alcanzar la categoría de blockbuster.

Por otra parte, dada las amenazas que se ciernen sobre la compañía cabe plantearse también qué otras alternativas le quedaban a AstraZeneca. Tras las recientes decepciones necesitaba un revulsivo definitivo. El vasto pipeline de MedImmune la situaba en el punto de mira de las grandes del sector. De hecho fue Merck & Co quien inició este proceso al mostrar su interés por adquirirla. Las posiciones en el escalafón son cada vez más volátiles y las oportunidades hay que pillarlas al vuelo, echando mano de la intuición. Sólo el tiempo dirá si David Brennan, el Consejero Delegado de AstraZeneca, ha dado una muestra más de audacia o ha caído en la imprudencia. En demasiadas ocasiones la frontera entre ambas no está clara. Ahora toca trabajar duro para integrar cuanto antes la compañía adquirida, tratando de explotar todo su potencial.

Thursday, April 19, 2007

Buenas perspectivas para Merck & Co

Un comité de expertos acaba de recomendar a la FDA que no apruebe la comercialización de Arcoxia (etoricoxib DCI), el analgésico de Merck & Co. Arcoxia pertenece a la misma familia que Vioxx (rofecoxib DCI), la de los inhibidores de la ciclooxigenasa 2 (COX-2). En 2004 Merck se vio obligada a retirar Vioxx del mercado, al haberse asociado su uso con la aparición de efectos adversos cardiovasculares y actualmente Merck se enfrenta por ello a unas 30.000 demandas. Asimismo Pfizer retiró Bextra (valdecoxib DCI) en 2005. Desde entonces, sólo Celebrex (celecoxib DCI), también de Pfizer, es el único inhibidor de la COX-2 disponible en EEUU.

Arcoxia se encuentra actualmente presente en 63 países de Europa, Asia y Latinoamérica. La recomendación de no aprobar su comercialización en EEUU se debe a que se cuestiona su seguridad cardiovascular. Merck confía en que Arcoxia sea el sucesor de Vioxx. No obstante, aunque todavía desconocemos cuál será la decisión de la FDA, conviene recordar que ésta suele seguir las recomendaciones de sus comités de expertos. Por el momento, esta decisión pone prácticamente en tela de juicio no sólo la seguridad de Arcoxia, sino la de toda la clase de los inhibidores de la COX-2, con lo que no sólo supone un revés para Merck, sino también para compañías que hayan previsto introducir en el futuro alguno de estos productos.

Una de estas compañías es Novartis, que espera lanzar próximamente Prexige (lumiracoxib DCI) en EEUU. La compañía suiza ha incrementado sus esperanzas en este producto tras sufrir dos recientes contratiempos: el retraso de la aprobación de Galvus (vidagliptina DCI), un inhibidor de la DPP-IV para la diabetes, y la retirada de Zelnorm (tegaserod maleato DCI), un producto para el síndrome del intestino irritable cuya seguridad se ha visto recientemente cuestionada por asociarse a problemas cardiacos e ictus. Por el momento Prexige ya ha sido aprobado en 40 países.

Sorprendentemente el rechazo de Arcoxia no ha sido obstáculo para que Merck comunicara tan sólo unas horas después que había incrementado sus previsiones de beneficios para el año en curso. Como respuesta, las acciones de Merck han alcanzado así niveles a los que no se había llegado desde la retirada de Vioxx. Son varios los motivos que explicarían esta revisión al alza de sus resultados.

En primer lugar están los importantes ahorros obtenidos con los cierres de algunas plantas y la reducción de plantilla. Merck parece estar gestionando bien su transformación, así como su adaptación a la pérdida de patente de productos tan importantes como Zocor (simvastatina DCI). Ejemplo de ello es Vytorin/Inegy, una combinación de simvastatina y ezetimibe, que es el resultado de la joint venture creada hace seis años en colaboración con Schering Plough. A corto plazo Merck espera obtener para este producto un crecimiento del 60%. Por último están los éxitos alcanzados con nuevos productos como Januvia (sitagliptina DCI), el primer inhibidor de la DPP-IV para la diabetes, Janumet (una combinación de sitagliptina y metformina) y Gardasil, la vacuna contra el virus del papiloma humano, causante de cáncer de cuello de útero. Asimismo los analistas y los mercados financieros han valorado muy positivamente que hasta ahora Merck haya ganado la mayoría de los juicios celebrados por el caso Vioxx.

Por todo ello podemos concluir que en el análisis detallado de Merck encontramos más luces que sombras y que en conjunto la imagen que se obtiene permite ser optimistas en cuanto al futuro cercano de la compañía.

Wednesday, April 11, 2007

Se necesitan nuevos antibióticos

¿Cuántas personas deben la vida a los antibióticos? Sin embargo, si alguien nos preguntase qué tres cosas nos llevaríamos a una isla desierta, ¿cuántos de nosotros incluiríamos un lote de antibióticos en la respuesta? Sospecho que muy pocos. En cambio, sin ellos la probabilidad de adquirir una grave infección en tal situación y pasar a mejor vida no deberíamos despreciarla. Esta observación pone de manifiesto lo asumida que tenemos en nuestra sociedad la disponibilidad de este tipo de medicamentos, llegándolos a considerar un elemento más de nuestra cotidianeidad.

A pesar de ello, lo cierto es que los antibióticos que manejamos hoy en día se encuentran en serio peligro. A un ritmo que empieza a resultar un tanto alarmante, están apareciendo en nuestro entorno bacterias patógenas que son resistentes a la mayoría de los antibióticos de uso clínico. El problema de la resistencia, tradicionalmente circunscrito al ámbito hospitalario, se está extendiendo cada vez más al comunitario. Este problema se ve agravado por el aumento de la población de edad avanzada, por el incremento de la prevalencia de la diabetes tipo 2 y por el creciente número de personas con un sistema inmune debilitado, dado que todos ellos tienen una mayor propensión a padecer infecciones.

Mientras tanto, el descubrimiento de nuevos antibióticos ha descendido en picado durante la pasada década. Con la excepción de linezolida (de Pfizer) y de daptomicina (de Cubist, aunque el desarrollo original es de Lilly), dos antibióticos de espectro limitado, desde el año 1963 no han aparecido en el mercado nuevas clases estructurales de antibióticos. Tan sólo cuatro clases (penicilinas, cefalosporinas, macrólidos y quinolonas) suponen el 80 por ciento del mercado, tanto en facturación como en prescripciones. Un mercado muy penetrado por genéricos, que crece a un ritmo promedio de tan solo el 5 por ciento y que totaliza unos 25.000 millones de dólares a nivel mundial.

El notable descenso de la inversión en el desarrollo de nuevos antibacterianos puede atribuirse a diversos factores. En general, hay una escasez generalizada en los pipelines de las compañías. Asimismo el crecimiento imparable de los costes de desarrollo clínico reduce las expectativas de retorno de las inversiones. En particular, los tratamientos suelen ser de corta duración, lo que unido a que los ciclos de vida de los antibióticos se han vuelto excesivamente cortos, hace poco menos que imposible situar uno de estos productos en la categoría de blockbuster. Precisamente para evitar en lo posible el problema de las resistencias, la reserva de uso y la rotación que se aplican a menudo a estos fármacos no hacen sino limitar aún más las posibilidades de rentabilizar el capital invertido.

De este modo, en la actualidad tan sólo seis de las grandes compañías farmacéuticas son activas en investigación de antibacterianos, en comparación con 18 compañías a comienzos de la pasada década. Podríamos pensar que tal vez las empresas que operan en el campo de la biotecnología compensen esta situación. Pero desgraciadamente no es así. Actualmente sólo hay una decena de productos antibacterianos en las fases más tardías de la investigación de estas compañías y de ellos ocho tienen su origen en las grandes compañías.

Por todo ello, cabe concluir que el sector privado por sí solo no es suficiente para dar respuesta a la urgente necesidad de desarrollar nuevos antibióticos que sean capaces de combatir de forma segura y eficaz los microorganismos resistentes a las terapias actuales. Es preciso introducir medidas que consigan corregir cuanto antes la situación descrita. De otro modo la salud pública se verá expuesta cada vez más a un serio peligro.

A nuestro juicio los gobiernos deberían tomar conciencia del grave problema y actuar tanto a escala nacional como supranacional. Cabría, por ejemplo, revisar y replantear en este caso el alcance y la duración de las patentes. ¿Por qué han de ser iguales para todos los productos? Se deben asimismo revisar las exigencias y los procedimientos de registro, introduciendo incentivos y facilidades. Un uso clínico restringido podría ser compensado con la autorización de un precio de venta superior. En Estados Unidos incluso se ha llegado a proponer que a quien desarrolle y obtenga la aprobación de un nuevo antibiótico que sea prioritario de acuerdo con una comisión gubernamental, se le permitirá extender el período de exclusividad de otro medicamento de su cartera. Ideas no faltan. ¿Y voluntad?