Tal y como pronosticaba la mayoría de analistas, Sanofi-Aventis y Bristol-Myers Squibb (BMS) han terminado ganando el caso a la canadiense Apotex. Esta compañía decidió el pasado mes de agosto (ver El Global, nº 307) introducir en EEUU la versión genérica del antiagregante Plavix (clopidogrel DCI), cuya comercialización comparte BMS con Sanofi. Ahora un juez federal acaba de sentenciar que es válida la patente que protege a Plavix hasta el 2011. Apotex recurrirá la decisión judicial y su consejero delegado ya ha manifestado que trabajará sin descanso hasta conseguir que se reconozca la invalidez de la patente.
En cualquier caso, la mencionada resolución judicial ha avivado las especulaciones en torno al futuro de BMS. Aunque la decisión que ha tomado el juez era la que se esperaba con mayor probabilidad, sin lugar a dudas elimina uno de los principales escollos que existían al plantear una posible operación de compra. El otro obstáculo importante que ha sido eliminado es la supervisión de sus operaciones por parte del gobierno norteamericano. Por ello numerosos analistas coinciden en que ahora la compañía se ha vuelto mucho más atractiva para ser objeto de una adquisición. Su capitalización bursátil asciende en estos momentos a 62.000 millones de dólares, lo que incluye una prima por las especulaciones en torno a su posible adquisición. En este sentido, una de las candidatas que suenan con más fuerza como posible adquirente es la propia Sanofi. Recordemos que la fusión de ambas empresas daría lugar al mayor grupo farmacéutico del mundo, por delante de Pfizer y GlaxoSmithKline (ver El Global, nº 326). Por cierto, estas dos últimas compañías también aparecen en la lista de posibles compradores, junto con AstraZeneca e incluso Novartis. En el caso de GlaxoSmithKline, tal vez la incertidumbre que se ha creado durante las últimas semanas acerca del futuro del antidiabético Avandia, cuya seguridad cardiovascular ha sido puesta en tela de juicio, haya estimulado también el interés de esta compañía por BMS.
A Sanofi le vendría muy bien hacerse con el atractivo pipeline de BMS, sobre todo después de que un comité de expertos que asesora a la FDA haya votado unánimemente contra la aprobación de Acomplia (rimonabant DCI), cuestionando su seguridad. Hasta esa decisión, los pronósticos apuntaban a que sólo en EEUU las ventas de Acomplia podrían llegar a superar los 1.000 millones de dólares anuales. Con la compra de BMS Sanofi ampliaría su presencia en EEUU y extendería las líneas de productos de oncología, diabetes y salud mental, salvando la notable debilidad de su cartera, ya que el período de exclusividad de tres de sus principales productos (Clexane, Plavix y Eloxatin) finaliza en menos de cinco años. Antes de lanzar su oferta de compra, Sanofi debería superar la aparente división que existe en su consejo, según ha trascendido a la prensa. Mientras su presidente, Jean-François Dehecq, es partidario de la adquisición, su consejero delegado, Gerard Le Fur, no parece compartir su opinión por considerarla excesivamente cara.
No obstante no parece que BMS comulgue con la idea de ser adquirida, pues recientemente ha firmado con AstraZeneca y Pfizer sendos contratos. AstraZeneca acordó en enero pagar a BMS 1.350 millones de dólares para financiar el desarrollo de dos antidiabéticos: saxagliptan y dapaglifocina. Precisamente en la reunión anual de la Asociación Americana de Diabetes BMS acaba de presentar datos que apuntan a que saxagliptan podría ser un fuerte competidor para Januvia, de Merck & Co. En cuanto a Pfizer, el pasado mes de abril aceptó abonar a BMS 1.000 millones de dólares para desarrollar conjuntamente el antiagregante apixaban, que se encuentra en sus últimas fases de experimentación.
Resumiendo, los fuertes rumores de fusión de los últimos días parecen estar bien fundamentados y las probabilidades de que a lo largo de las próximas semanas se pueda iniciar una competición de ofertas para hacerse con el control de BMS son elevadas. El bocado es suculento y los comensales tienen suficiente dinero en el bolsillo y algo más que apetito. Parece una ironía de la vida que Peter Dolan, el anterior presidente y consejero delegado de BMS, responsable en buena parte de su actual atractivo, se viera obligado a abandonar la compañía el pasado año.
Thursday, June 28, 2007
Thursday, June 21, 2007
¿Medicamentos de estilo de vida?
¿Quién no ha soñado alguna vez con poder tomar una pastilla que le devuelva a su peso ideal? ¿O que le permita recuperar el cabello perdido? ¿O que le garantice una juventud permanente a lo Dorian Gray? Y, por supuesto, con total seguridad. Para los seres humanos se trata de aspiraciones naturales, comunes a cualquier época y cultura. Si alguna vez logramos colmar estos deseos, inmediatamente los reemplazaremos con la demanda de fármacos que nos permitan, por ejemplo, volvernos invisibles a voluntad, volar a la velocidad de la luz o caminar sobre las aguas. Podríamos crear una nueva categoría de fármacos superventas: los megablockbusters.
Pero, dejémonos de ensoñaciones y volvamos a la realidad. Hay situaciones patológicas que suponen una clara amenaza para la vida. Por ejemplo, un tumor maligno. Otras que pueden constituir tan solo un factor de riesgo. Por ejemplo, una tensión arterial por encima de los valores normales. O que conlleve una seria molestia para quienes las padecen. Por ejemplo, una lumbalgia. Y hay otras situaciones, que aunque indeseadas, si conllevan alguna molestia, ésta es mínima y por otra parte no suponen riesgo alguno. Por ejemplo, la alopecia androgénica o la disfunción eréctil.
Las terapias que se han desarrollado y comercializado para las situaciones de este tercer caso son las que en la década de los 90 se agruparon de manera inapropiada bajo la denominación de medicamentos ‘de estilo de vida’ (o lifestyle drugs, según la terminología anglosajona). Esta terminología, creada y extendida por la prensa, se me antoja desafortunada, pues, de una parte, banaliza tanto las terapias como las indicaciones; y, de otra, no resulta adecuada para describir con propiedad y, por tanto, representar las diferentes situaciones que pueden tener como común denominador el ser poco molestas y de bajo o nulo riesgo.
Tal vez el hecho de que algunos de los fármacos de este grupo vayan destinados a tratar situaciones para las que existe una elevada demanda de soluciones en la sociedad, como son la alopecia y la obesidad, y que además llevan asociado un importante componente estético, ha determinado su amplia repercusión mediática y su progresiva banalización social. Algunas de las condiciones tratadas no se manifiestan de manera discreta, sino que se presentan con diferentes grados de intensidad o gravedad, como sucede con la obesidad, que a partir de cierto nivel se relaciona con enfermedad coronaria, hipertensión, diabetes e incluso con muerte súbita. Esto demuestra la dificultad de fijar una línea de separación entre medicamentos esenciales y medicamentos ‘de estilo de vida’.
En numerosas ocasiones, entidades públicas o privadas que aprueban la utilización de medicamentos o fijan las condiciones de cobertura de la prestación farmacéutica colocan a determinados productos la etiqueta de medicamento ‘de estilo de vida’ con la finalidad de justificar su rechazo a que sean utilizados o reembolsados. La pasada semana un tribunal de Berlín ha confirmado que Acomplia (rimonabant DCI), un producto de Sanofi-Aventis para la obesidad, es un medicamento ‘de estilo de vida’, justificando así su inclusión en una lista negativa de reembolso.
Se comprende que la sanidad imponga un límite a las prestaciones sanitarias y que fije prioridades en la asignación de recursos. En este caso, parece que lo razonable sería acotar la prestación en base a la gravedad de la condición tratada. Así, para un fármaco que haya demostrado ser seguro y eficaz en reducir el peso, puede ser sensato que un ligero exceso no tenga cobertura, pero no que no la tenga un grado importante de obesidad. Una cosa es valorar un fármaco en base a su efectividad y seguridad, y otra muy distinta es hacerlo guiándose por criterios mayormente economicistas, negando una terapia efectiva a ciudadanos que podrían obtener con ésta un enorme beneficio para su salud.
Pero, dejémonos de ensoñaciones y volvamos a la realidad. Hay situaciones patológicas que suponen una clara amenaza para la vida. Por ejemplo, un tumor maligno. Otras que pueden constituir tan solo un factor de riesgo. Por ejemplo, una tensión arterial por encima de los valores normales. O que conlleve una seria molestia para quienes las padecen. Por ejemplo, una lumbalgia. Y hay otras situaciones, que aunque indeseadas, si conllevan alguna molestia, ésta es mínima y por otra parte no suponen riesgo alguno. Por ejemplo, la alopecia androgénica o la disfunción eréctil.
Las terapias que se han desarrollado y comercializado para las situaciones de este tercer caso son las que en la década de los 90 se agruparon de manera inapropiada bajo la denominación de medicamentos ‘de estilo de vida’ (o lifestyle drugs, según la terminología anglosajona). Esta terminología, creada y extendida por la prensa, se me antoja desafortunada, pues, de una parte, banaliza tanto las terapias como las indicaciones; y, de otra, no resulta adecuada para describir con propiedad y, por tanto, representar las diferentes situaciones que pueden tener como común denominador el ser poco molestas y de bajo o nulo riesgo.
Tal vez el hecho de que algunos de los fármacos de este grupo vayan destinados a tratar situaciones para las que existe una elevada demanda de soluciones en la sociedad, como son la alopecia y la obesidad, y que además llevan asociado un importante componente estético, ha determinado su amplia repercusión mediática y su progresiva banalización social. Algunas de las condiciones tratadas no se manifiestan de manera discreta, sino que se presentan con diferentes grados de intensidad o gravedad, como sucede con la obesidad, que a partir de cierto nivel se relaciona con enfermedad coronaria, hipertensión, diabetes e incluso con muerte súbita. Esto demuestra la dificultad de fijar una línea de separación entre medicamentos esenciales y medicamentos ‘de estilo de vida’.
En numerosas ocasiones, entidades públicas o privadas que aprueban la utilización de medicamentos o fijan las condiciones de cobertura de la prestación farmacéutica colocan a determinados productos la etiqueta de medicamento ‘de estilo de vida’ con la finalidad de justificar su rechazo a que sean utilizados o reembolsados. La pasada semana un tribunal de Berlín ha confirmado que Acomplia (rimonabant DCI), un producto de Sanofi-Aventis para la obesidad, es un medicamento ‘de estilo de vida’, justificando así su inclusión en una lista negativa de reembolso.
Se comprende que la sanidad imponga un límite a las prestaciones sanitarias y que fije prioridades en la asignación de recursos. En este caso, parece que lo razonable sería acotar la prestación en base a la gravedad de la condición tratada. Así, para un fármaco que haya demostrado ser seguro y eficaz en reducir el peso, puede ser sensato que un ligero exceso no tenga cobertura, pero no que no la tenga un grado importante de obesidad. Una cosa es valorar un fármaco en base a su efectividad y seguridad, y otra muy distinta es hacerlo guiándose por criterios mayormente economicistas, negando una terapia efectiva a ciudadanos que podrían obtener con ésta un enorme beneficio para su salud.
Thursday, June 14, 2007
La importancia creciente de Asia
No hay semana en la que China o India estén ausentes en la actualidad del sector farmacéutico. Y es más, el protagonismo de estos dos países va a ser cada vez mayor en los próximos años. Un informe reciente de la firma de consultoría PricewaterhouseCoopers (PwC) pone de manifiesto que para el año 2020 ambos mercados se encontrarán entre los diez primeros en el escalafón mundial. Sólo China se situará en el segundo o tercer lugar de la lista.
Según el informe de PwC, para el año 2020 el mercado farmacéutico mundial habrá doblado su tamaño actual en valores. Los motores de este crecimiento los constituyen la mayor demanda de medicamentos debido al aumento de la población, el envejecimiento progresivo de ésta y el incremento de la obesidad, así como el crecimiento de patologías crónicas y de enfermedades infecciosas en relación con el calentamiento global del planeta.
El perfil de patologías que afectan mayoritariamente a las economías emergentes se está modificando a lo largo del tiempo, en una tendencia que les acerca al perfil epidemiológico típico de las economías más avanzadas. El alcance de mayores cotas de prosperidad conlleva un aumento del número de pacientes afectados por patologías crónicas, tales como diabetes y enfermedades cardiovasculares. Los pronósticos de crecimiento de estas patologías apuntan a que la prevalencia de la hipertensión se doblará y la de la diabetes prácticamente se triplicará.
En la actualidad, las regiones de Norte América, Europa Occidental y Japón acaparan el 80 por ciento del mercado farmacéutico mundial. No obstante, estas regiones tienen limitado su potencial de crecimiento debido sobre todo a las medidas que han venido aplicando autoridades gubernamentales y aseguradoras privadas para contener la factura farmacéutica y también a la competencia de medicamentos genéricos tras el vencimiento de las patentes. A ello hay que añadir los costes crecientes en investigación y desarrollo por las mayores exigencias de las agencias que otorgan el permiso de comercialización, sin que ello se traduzca en una mejora de la productividad.
Por todo ello la industria farmacéutica está viendo en la región asiática una oportunidad para explotar el inmenso potencial de crecimiento de este mercado. Así, cada vez resulta más natural leer en la prensa del sector noticias relacionadas con inversiones y operaciones en esta región por parte de alguna de las grandes del sector. Tenemos los ejemplos recientes de Novartis, con la apertura de un centro de I+D cerca de Shangai o los centros de I+D de Lilly, Novartis y GlaxoSmithKline en Singapur. La corta capacidad financiera de las compañías farmacéuticas asiáticas estimula también las adquisiciones y alianzas entre éstas y las grandes compañías globales en las áreas de I+D, ensayos clínicos y externalización de servicios. Los bajos costes laborales en los países asiáticos es un factor que sin duda incentiva la inversión foránea. Asimismo la ventaja en costes está favoreciendo la expansión de las compañías indias en los mercados de genéricos (Ranbaxy, Dr.Reddy’s, etc.).
No podemos olvidar que en este contexto hay asuntos que aún suscitan una cierta preocupación, como el respeto a los derechos de la propiedad intelectual y algunas incertidumbres sobre los marcos legales actualmente vigentes. No obstante, la aplicación de nuevas leyes durante los últimos cinco años permite ser optimistas de cara al futuro.
Según el informe de PwC, para el año 2020 el mercado farmacéutico mundial habrá doblado su tamaño actual en valores. Los motores de este crecimiento los constituyen la mayor demanda de medicamentos debido al aumento de la población, el envejecimiento progresivo de ésta y el incremento de la obesidad, así como el crecimiento de patologías crónicas y de enfermedades infecciosas en relación con el calentamiento global del planeta.
El perfil de patologías que afectan mayoritariamente a las economías emergentes se está modificando a lo largo del tiempo, en una tendencia que les acerca al perfil epidemiológico típico de las economías más avanzadas. El alcance de mayores cotas de prosperidad conlleva un aumento del número de pacientes afectados por patologías crónicas, tales como diabetes y enfermedades cardiovasculares. Los pronósticos de crecimiento de estas patologías apuntan a que la prevalencia de la hipertensión se doblará y la de la diabetes prácticamente se triplicará.
En la actualidad, las regiones de Norte América, Europa Occidental y Japón acaparan el 80 por ciento del mercado farmacéutico mundial. No obstante, estas regiones tienen limitado su potencial de crecimiento debido sobre todo a las medidas que han venido aplicando autoridades gubernamentales y aseguradoras privadas para contener la factura farmacéutica y también a la competencia de medicamentos genéricos tras el vencimiento de las patentes. A ello hay que añadir los costes crecientes en investigación y desarrollo por las mayores exigencias de las agencias que otorgan el permiso de comercialización, sin que ello se traduzca en una mejora de la productividad.
Por todo ello la industria farmacéutica está viendo en la región asiática una oportunidad para explotar el inmenso potencial de crecimiento de este mercado. Así, cada vez resulta más natural leer en la prensa del sector noticias relacionadas con inversiones y operaciones en esta región por parte de alguna de las grandes del sector. Tenemos los ejemplos recientes de Novartis, con la apertura de un centro de I+D cerca de Shangai o los centros de I+D de Lilly, Novartis y GlaxoSmithKline en Singapur. La corta capacidad financiera de las compañías farmacéuticas asiáticas estimula también las adquisiciones y alianzas entre éstas y las grandes compañías globales en las áreas de I+D, ensayos clínicos y externalización de servicios. Los bajos costes laborales en los países asiáticos es un factor que sin duda incentiva la inversión foránea. Asimismo la ventaja en costes está favoreciendo la expansión de las compañías indias en los mercados de genéricos (Ranbaxy, Dr.Reddy’s, etc.).
No podemos olvidar que en este contexto hay asuntos que aún suscitan una cierta preocupación, como el respeto a los derechos de la propiedad intelectual y algunas incertidumbres sobre los marcos legales actualmente vigentes. No obstante, la aplicación de nuevas leyes durante los últimos cinco años permite ser optimistas de cara al futuro.
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