A ambos lados del Atlántico se vuelve a avivar el debate sobre la DTC, la publicidad o información (es difícil saber dónde está la frontera) dirigida al consumidor. Mientras en EE.UU. la patronal del sector (PhRMA) acaba de actualizar su código con el fin de clarificar algunas áreas grises que han podido dar lugar a abusos y que han agudizado las críticas que recibe la DTC en aquel país, en Europa la Comisión propone que se permita a las compañías farmacéuticas publicar cierta información sobre medicamentos de prescripción.
En el Viejo Continente parece que los funcionarios de la UE se hayan dado cuenta por fin de que la regulación ha quedado desfasada y pretenden ponerla al día. Es evidente que, gracias a la red, el ciudadano medio puede hoy en día obtener en pocos minutos una ingente cantidad de información prácticamente sobre cualquier tema. Según datos de Eurostat la penetración promedio de Internet en los hogares europeos alcanza ya el 60 por ciento.
Ello en la práctica supone que cualquiera tiene a su alcance un ordenador desde el que realizar una consulta sobre un medicamento comercializado o aún en investigación. Todos sabemos que para cualquier búsqueda que se realiza en la red, la calidad de la información que se obtiene es de todo tipo, desde la más seria y rigurosa, hasta la más irresponsable, engañosa y nefasta. El problema que se plantea entonces es saber si tenemos criterio suficiente para discernir cuál merece nuestro crédito.
En estas circunstancias parece un tanto absurdo impedir que las propias compañías investigadoras y fabricantes de los medicamentos informen al público sobre aspectos relevantes de los mismos. Ello deberá hacerse, como es lógico, dentro de un marco legal razonable, orientado a procurar un uso racional y responsable de los fármacos. Cabe esperar, por tanto, que la cordura acabe por imponerse, que la propuesta de la Comisión llegue a buen fin y que acabe siendo aprobada por el Parlamento Europeo.
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