Desde hace cinco años, gracias a la Fundación Vila Casas y al Observatorio de la Comunidad Científica de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona, se publica anualmente el Informe Quiral, un dossier que se basa en el análisis de las informaciones de sanidad publicadas en los medios de comunicación escritos, habiéndose convertido ya en una referencia para conocer los temas que preocupan a la sociedad en el ámbito sanitario. En su última edición (2000), entre otras conclusiones, se constata que “los mismos valores-noticia que son válidos para otros temas de la agenda periodística, lo son también para las noticias de salud y medicina, es decir, aquellos que llevan asociadas características (o valores) como espectacularidad, grandiosidad, negatividad, controversia, proximidad, novedad, etc.” Esto es, por tanto, válido también para las noticias relacionadas con la industria farmacéutica.
Con la misma ligereza con que se anuncia, por ejemplo, un nuevo anticancerígeno que todavía se encuentra en sus fases preliminares de investigación, se describe la consecución de supuestos resultados económicos o financieros espectaculares o se critica la falta de solidaridad de la industria con los países menos favorecidos económicamente. El trato que, aún hoy, recibe la información sobre el sector farmacéutico en los medios de comunicación de masas, lejos de ponderar el análisis, parece radicalizarse, contribuyendo así a crear una imagen de industria interesada únicamente en conseguir beneficios para sus accionistas. Parece como si la presión creciente a la que viven sometidas las compañías farmacéuticas alimentase esta tendencia. También cabe la posibilidad de que hasta el presente la industria farmacéutica no haya sabido transmitir el valor que aporta a la sociedad.
Hasta los años ochenta, el crecimiento en la industria farmacéutica se basaba en invertir fuertemente en investigación y desarrollo, comercializar el resultado obtenido e invertir gran parte de los beneficios subsecuentes en obtener nuevos productos. Hace dos décadas, el entorno se volvió mucho más hostil, debido en buena parte a las medidas aplicadas por los gobiernos para contener el gasto, a los crecientes costes en I+D, a las mayores exigencias en la obtención de las autorizaciones de comercialización, al vencimiento de la patente de importantes productos y la consecuente competencia de genéricos, etc. En numerosas ocasiones, se ha explicado así, por ejemplo, la ola de fusiones y adquisiciones que siguió a estos cambios o la externalización de funciones que se consideraba no añadían valor.
En este contexto, las exigencias a la industria se han justificado frecuentemente con apelaciones a sus crecientes ingresos anuales, sin valorar suficientemente el marco de elevado riesgo en que se desarrollan sus actividades. Por cada medicamento que llega a comercializarse, es necesario sintetizar y evaluar varios miles de compuestos, con un coste asociado que se ha multiplicado por cinco en los últimos 25 años. Los detractores de la industria deberían explicar cómo, sin beneficios, pueden conseguirse los 80.000 millones de pesetas (o, si se prefiere, los 500 millones de euros) que cuesta poner un nuevo producto en el mercado. En plena era de la genómica, la mayor parte de las empresas de biotecnología están generando perdidas millonarias (en dólares), mientras que existen en este momento más de un centenar de productos comercializados. Aquellos que atribuyen desorbitados beneficios al sector, deberían explicar por qué las compañías farmacéuticas distribuyen similares dividendos a sus accionistas que otros sectores con parecida valoración. Aunque el beneficio constituye un tema legítimo en el debate sobre los precios de los medicamentos y el gasto farmacéutico, debe enmarcarse sólo en un contexto de márgenes comparativos con otros sectores y teniendo en cuenta tanto costes de desarrollo, como costes directos de producción.
De hecho, quien se beneficia realmente de la actividad de la industria farmacéutica es la sociedad en su conjunto. En primer lugar, mediante la reducción de los costes de atención sanitaria a través del control y la prevención de enfermedades, permitiendo a las personas mantenerse en buen estado de salud y potencialmente productivas. Por poner un ejemplo, treinta años atrás, el tratamiento de la úlcera péptica requería cirugía, seguido de hospitalización de una semana y convalecencia de dos o tres meses, con resultados a veces insatisfactorios. Actualmente, el coste del tratamiento se ha reducido notablemente gracias al uso de medicamentos. En segundo lugar, proporcionando empleo a un elevado número de personas (35.000 solamente en nuestro país), de las cuales una buena parte es personal altamente cualificado.
La industria farmacéutica no sólo merece ser objeto de crítica, como con demasiada frecuencia viene sucediendo. También merece que se le reconozcan sus méritos. Y en ello, los medios de comunicación tienen una parte importante de responsabilidad al informar. En numerosas ocasiones, cuando leemos una noticia relacionada con el sector, se echan en falta análisis realizados con mayor ponderación, con rigor profesional, contrastando las informaciones antes de su publicación, llegando incluso a causar alarma en los pacientes o minar la confianza de la sociedad en los medicamentos. Sería necesario no dejarse llevar tan a menudo por la urgencia del día a día de la profesión y abordar la elaboración de determinadas noticias con mayor reflexión. No cabe duda, que a ello debe ayudar un diálogo fluido y permanente, no esporádico, con la industria. Tal vez, muchos periodistas se sorprenderían al descubrir que la mayoría de las personas de este sector se siente motivada por la fuerte creencia en el valor humano y social de su trabajo.