Acaba de celebrarse en Madrid la X Conferencia Internacional sobre la Enfermedad de Alzheimer, a la que han asistido más de 5.000 expertos de todo el mundo. Justo cuando están a punto de cumplirse cien años desde que el neurólogo alemán Alois Alzheimer describiera la enfermedad que fue posteriormente bautizada en su honor con el famoso epónimo. La dolencia se ha vuelto tan popular que con frecuencia nos referimos a ella cuando momentáneamente olvidamos algo que nos resulta familiar y cotidiano.
Y no es extraño que así sea. De acuerdo con la OMS, en el mundo hay actualmente más de 25 millones de personas afectadas por esta patología (unas 600.000 han sido diagnosticadas en España, aunque la cifra de afectados podría ser muy superior). El envejecimiento progresivo de la población y la evolución de su incidencia llevan a pronosticar que en 30 años el número de pacientes podría triplicarse, convirtiéndose de este modo en la segunda causa de muerte, tras las enfermedades cardiovasculares, y superando así al cáncer. Aunque puede afectar tanto a jóvenes como a ancianos, suele manifestarse después de los 60 años de edad y cada cinco años se duplica la probabilidad de padecerla.
Aún se desconoce la causa de ésta enfermedad, a pesar de que se estudia desde hace muchos años. Numerosas empresas llevan a cabo proyectos de investigación para desentrañar su patogenia, así como para desarrollar un tratamiento curativo, ya que los tratamientos actuales sólo consiguen paliar algo los síntomas y hacer más lenta su evolución. Los elevadísimos costes sociosanitarios que conlleva suponen un incentivo para que las empresas farmacéuticas inviertan en la investigación y el desarrollo de terapias efectivas. Actualmente se encuentran en diferentes etapas de desarrollo más de 200 sustancias.
El mercado actual del Alzheimer supera los 6.000 millones de dólares y hasta ahora se mantiene dominado por los inhibidores de la acetilcolinesterasa (Esai/Pfizer, Novartis, Shire/Janssen-Cilag) y la memantina (Forest, Lundbeck). No obstante, en poco más de un año la situación puede empezar a cambiar de forma importante con la introducción de nuevos fármacos que actúen en diferentes receptores cerebrales y con capacidad para prevenir la enfermedad o modificar su curso, algo que no se consigue con las terapias actuales. Resulta llamativo que los fármacos que se encuentran más avanzados en la investigación pertenecen a compañías de tamaño modesto, como la norteamericana Myriad Genetics, la canadiense Neurochem o la irlandesa Elan Pharmaceuticals.
Otro campo prometedor es el de las vacunas, donde recientemente se han conseguido resultados esperanzadores en ensayos con inmunoglobulinas intravenosas, consiguiéndose estabilizar o mejorar el estado cognitivo de los pacientes. En cambio, en donde el asunto está más verde es en la investigación con células madre, aunque a veces el enfoque triunfalista y sensacionalista de algunos medios de comunicación pueda inducir a pensar lo contrario. Según los expertos, que la aplicación de células madre para el tratamiento del Alzheimer llegue a ser una realidad será cuestión de años, aunque es probable que éste llegue a ser el tratamiento definitivo.
La magnitud sociosanitaria de la enfermedad, su evolución y las previsiones epidemiológicas aconsejan una reflexión en profundidad y reclaman situar este problema en la lista de prioridades de políticos, autoridades sanitarias e investigadores. Sobran palabras y falta acción. Tiene razón el Profesor Martínez Lage cuando reivindica que se incentive adecuadamente la investigación de nuevos medicamentos que frenen la progresión de la enfermedad. No cabe duda de que los eventuales ahorros en la atención a los pacientes harían que éste apoyo resultase una medida muy rentable, no sólo en términos económicos, sino de bienestar social.
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