Cada vez suele ser más frecuente encontrarse en las publicaciones especializadas del sector farmacéutico con noticias acerca de adquisiciones de compañías de biotecnología por parte de los líderes de la industria. Al mismo tiempo se puede comprobar como los precios de las transacciones van también en aumento y rondan ya los varios cientos de millones de dólares.
Una de las últimas operaciones importantes que se ha materializado ha sido la compra de la biotecnológica Rinat Neuroscience por parte de Pfizer. Uno de los aspectos que nos llama la atención es la corta vida de la empresa adquirida, pues Rinat nació hace apenas cinco años como un spin-off de Genentech. Cuando aún no había salido de su infancia ya tenía nueve pretendientes. Y es que las big pharma parecen haber encontrado en la biología su camino de salvación.
Entre las grandes del sector, quien más quien menos tiene un par de productos importantes próximos a vencer la patente y con los genéricos esperando a la vuelta de la esquina. Encontrar recambio no resulta nada fácil, pues los esfuerzos que se exigen en investigación y desarrollo son cada vez mayores y los resultados no suelen responder a las expectativas. Y las pipelines se secan. Ante semejante panorama no resulta nada extraño que se llegue a pagar lo que se paga cuando se tienen sólidas razones para pensar que lo que se adquiere es un potencial blockbuster.
Hay que señalar que las operaciones de compra de pequeñas compañías por parte de las líderes no son ninguna novedad en el sector. Lo que resulta verdaderamente novedoso es la focalización mayoritaria en las empresas de biotecnología. A estas alturas creo que se puede afirmar sin demasiado riesgo de equivocarnos que la biología es el futuro de la terapéutica. Y del diagnóstico, habría que decir. De hecho ya se ha acuñado y circula por el sector un nuevo vocablo: la teranóstica (mi corrector ortográfico aún no reconoce el término), es decir la aplicación de pruebas diagnósticas previas al tratamiento, utilizando para ello biomarcadores que facilitan de este modo la selección del fármaco a emplear.
La importancia que ha adquirido la biología frente a la química en la obtención de nuevos fármacos se manifiesta claramente al analizar los productos que se encuentran actualmente en Fase II y Fase III: cinco de cada diez provienen de la biología. Los avances en genómica, proteómica, cribado de alto rendimiento, y otras disciplinas están dando sus frutos.
Pero no basta con tener músculo financiero para hacerse con una biotecnológica prometedora. También es necesario tener la capacidad de ver las oportunidades a tiempo. Esto es, antes de que los productos lleguen a la fase clínica, pues de otro modo cualquiera sería capaz de distinguir aquellas moléculas más interesantes. Lo verdaderamente difícil es descubrir su potencial en las fases tempranas (exactamente igual que en el fútbol). Obviamente ello tiene la ventaja adicional de que suele salir mucho más económico.
Si admitimos que el gran potencial de la biotecnología como fuente de innovación terapéutica, el sector farmacéutico europeo se encuentra en una situación competitiva desfavorable frente a EEUU. En el viejo continente, a pesar de tener más empresas, el número de empleados y la facturación son la mitad que en los EEUU, según un estudio de la Asociación Europea de Bioindustrias (EuropaBio). La causa es multifactorial y requiere un abordaje urgente por parte de los Estados si no queremos aumentar el gap y perder competitividad.
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