Aunque la tecnología de la identificación mediante radiofrecuencia (RFID) se empezó a gestar en los años veinte del pasado siglo, no ha sido hasta hace pocos años que se ha comenzado a aplicar en los negocios y en la vida diaria. La posibilidad de pagar el peaje en la autopista sin detener el vehículo es un ejemplo cercano de uso de esta tecnología.
En el campo de la logística, el RFID junto con el código electrónico de producto (EPC), una tecnología desarrollada por un equipo de investigadores del MIT, facilita controlar el flujo de materiales a lo largo de la cadena de suministro. Esta posibilidad puede ser fuente de numerosas ventajas competitivas y ha atraído la atención de numerosas industrias, entre ellas la farmacéutica.
La aplicación de etiquetas RFID a los productos farmacéuticos permite controlar éstos sin necesidad de una lectura activa mediante escáner. De este modo se puede, por ejemplo, controlar en tiempo real el contenido de un almacén o es posible llevar a cabo de forma automatizada la trazabilidad de un producto, siguiéndolo desde el fabricante, pasando por el distribuidor y la farmacia, hasta llegar al consumidor. En cada paso se va añadiendo nueva información que se acumula en un registro que se ha bautizado como pedigrí electrónico.
Disponer de un sistema preciso de trazabilidad debería ser una aspiración prioritaria para los sistemas sanitarios de las sociedades más avanzadas. Las ventajas que de ello se derivarían son enormes, sobre todo en términos de seguridad para los pacientes. Por ello, hace poco más de dos años la FDA se propuso para este ejercicio que cada unidad de producto de los medicamentos de prescripción y de una selección de medicamentos OTC (utilizados habitualmente en hospital) fueran identificados con un código de barras que incorpore el código nacional y eventualmente el número de lote y la caducidad. Asimismo recomendó que en 2007 estuviera en uso la tecnología RFID.
En estos momentos se están llevando a cabo diferentes iniciativas que hacen prever que la implantación de las etiquetas RFID será una realidad en un futuro inmediato, si bien a corto plazo quizá no se aplicará en todos los productos. Quedan todavía por resolver algunas cuestiones técnicas, como por ejemplo la definición de un estándar de frecuencia.
Las principales motivaciones que llevaron a la FDA a adoptar esta postura fueron la necesidad de prevenir los errores de medicación (se calcula que cada año se producen en EEUU en torno a los 7.000 casos) y el deseo de combatir la falsificación de medicamentos, un problema creciente en todo el mundo. En EEUU las investigaciones por esta causa se han cuadriplicado desde el 2000. Actualmente se estima que entre un 6 y un 10 por ciento de los medicamentos a nivel mundial son falsos.
En nuestro país, la principal motivación para mejorar el sistema de trazabilidad parece ser la necesidad de combatir los casos de desabastecimiento que con frecuencia se vienen produciendo y que son denunciados por las oficinas de farmacia y sus representantes. Si bien, no cabe duda de que es ésta una meta importante, no deberían dejarse en un segundo plano otros objetivos en la línea de lo que persigue la FDA.
No se trata pues de controlar sólo el desabastecimiento, como dicen algunos sectores. No podemos renunciar a los beneficios que puede proporcionar un buen sistema de trazabilidad por el mero hecho de impedir de este modo la aplicación del precio libre para los medicamentos destinados a la exportación, lo cual por otra parte es un derecho de los fabricantes. Son necesarios el consenso y la colaboración de todos los agentes en pro del beneficio y la seguridad de los pacientes.
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