La prensa británica se hacía eco la pasada semana de la situación de crisis interna por la que atraviesa GlaxoSmithkline (GSK). Al parecer un grupo de accionistas significativos (cuyos nombres no fueron desvelados por los rotativos) discuten con el presidente de la compañía, Sir Christopher Gent, sobre quién debe suceder a Jean Pierre Garnier, el actual consejero delegado, cuyo retiro está previsto para mayo de 2008. Estos accionistas demandan al presidente que el sucesor sea alguien dispuesto a tomar medidas radicales y rupturistas, llegando incluso a trocear la compañía, si ello redunda en valor para el accionista.
Entre los primeros ejecutivos del sector Garnier es considerado como uno de los más carismáticos. En términos generales, su liderazgo es indiscutible y goza de elevada reputación y credibilidad en la industria. En particular se le reconoce el haber implantado en la compañía un modelo innovador de gestión de la investigación, en el cual el enfoque tradicional de arriba-abajo ha sido reemplazado por un modelo descentralizado que se plasma en un conjunto de centros de excelencia en el descubrimiento de fármacos. A pesar de todo, no faltan las voces críticas que ven un exceso de conservadurismo en el estilo de gestión de Garnier. Aunque a toro pasado resulta muy fácil hacer esta crítica.
Lo cierto es que desde que Garnier tomó las riendas de la compañía en el 2000, tras la fusión de Glaxo Wellcome y Smithkline Beecham, la acción ha perdido más de un 30 por ciento de su valor, retrocediendo desde las 18,90 libras (£) hasta alrededor de las 13 libras. Y ello a pesar de que el pasado mes GSK ha tratado de revitalizar su cotización mediante un ambicioso plan de recompra de acciones. Una serie de acontecimientos adversos ha acentuado la pérdida de capitalización, que en los últimos doce meses hasta agosto ha llegado a superar el 10 por ciento.
Al analizar las causas que subyacen en la pérdida de valor de la acción de la compañía británica es preciso señalar que ésta no es inmune a la retahíla de problemas que están afectando en la actualidad a la industria farmacéutica: competencia de genéricos, mala reputación, baja productividad en investigación, dificultad en obtener nuevas aprobaciones, etcétera. No obstante, a diferencia de otros competidores GSK posee una de las carteras de fármacos en investigación más amplia y diversificada, con 33 productos en la última etapa de ensayos clínicos.
Pero sin duda, uno de los acontecimientos que más ha influido en la situación actual ha sido que se haya relacionado el uso de Avandia (rosiglitazona, antidiabético), su segundo producto más importante, con un incremento del riesgo cardiovascular. En el segundo trimestre del presente año, las ventas de este producto han descendido un 22 por ciento a nivel mundial. La seguridad del producto continúa siendo revisada y, aunque la FDA ha aprobado mantener el medicamento en el mercado, las medidas cautelares que ha impuesto hacen prever una contención en su uso y una menor facturación.
Al grave hecho anterior se suman los retrasos o abandonos que han sufrido algunos de sus productos. Como Cervarix, la vacuna para el cáncer de cuello de útero, que lleva varios meses esperando su aprobación en EEUU. O como Trexima, un compuesto para tratar la migraña, que se encuentra en la misma situación.
La cuestión clave a responder en este momento es si la cartera de productos bajo investigación tiene un potencial de facturación más que suficiente para asegurar el crecimiento sostenido de la compañía durante la próxima década. Si se intuye que la respuesta puede no ser afirmativa, habrá que convenir que a GSK le ha llegado el momento de dar un golpe de timón antes de que sea demasiado tarde. Pero, como en la canción de Bob Dylan: ‘la respuesta, amigo mío, está flotando en el viento’.
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