A pesar de los rumores que corren sobre el futuro de la compañía germana Altana, una de las de mayor crecimiento y rentabilidad en Europa, ésta anunció el pasado mes de julio la apertura de su nuevo centro de producción de formas sólidas en la ciudad irlandesa de Cork. La planta, que ha sido dotada con el más moderno equipamiento, dedicará buena parte de su actividad a la fabricación de pantoprazol.
Con escaso lapso de tiempo, Cordis Corporation, una subsidiaria de Johnson & Johnson, anunció planes para construir una planta de fabricación, un laboratorio de desarrollo y un centro de control de productos acabados en Cashel, otra ciudad irlandesa. Según la propia compañía, las instalaciones, que darán trabajo a 450 personas, comenzarán a funcionar durante el primer semestre de 2008.
¿Es casual que una empresa europea y una empresa americana hayan escogido el mismo país como destinatario de sus atractivas inversiones? Seguramente si preguntásemos a quienes han tomado la decisión obtendríamos motivaciones muy similares. Las mismas que han llevado allí a más de 170 empresas de los sectores farmacéutico, biofarmacéutico, de electromedicina y de diagnóstico, que dan empleo a más de 35.000 personas. Entre estas empresas hay 13 de las 15 primeras compañías farmacéuticas del escalafón mundial.
Y en el conjunto de sectores de la economía son más de 1.000 las empresas extranjeras que han escogido Irlanda para ubicar plantas de fabricación o centros de investigación que son claves en su red multinacional. Estas empresas representan ni más ni menos que la cuarta parte del PIB del país y el 80% de sus exportaciones. Esta situación es el resultado de una acertada planificación estratégica dirigida desde instancias gubernamentales y que merece la pena analizar y, en la medida de lo posible, imitar.
El llamado ‘milagro irlandés’ se inicia a finales de la década de los ’80 con la introducción de algunas modificaciones en el marco legal y con la reforma de la legislación laboral, reduciendo el hasta entonces elevado grado de proteccionismo de los trabajadores y favoreciendo la flexibilidad. En el ámbito de la política fiscal hay un cambio de orientación que resulta ser decisivo: los impuestos dejan de tener como finalidad la financiación del gasto gubernamental y se considera que el sistema impositivo ha de diseñarse para favorecer la inversión empresarial. Así, el impuesto de sociedades irlandés resulta ser de los más bajos de la Unión Europea, situándose actualmente en el 12,5%, en comparación al 35% en España. Un último elemento que resulta determinante es la apuesta firme por la educación. Gracias a ello Irlanda cuenta hoy con un elevado porcentaje de personal altamente cualificado. El gobierno entendió que de poco sirve la inversión en infraestructuras si no se cuenta con profesionales bien formados que las puedan explotar.
Estos elementos, junto con la ayuda de la Agencia de Desarrollo Industrial irlandesa (IDA) explican la alta competitividad del país para atraer la inversión extranjera directa y obtener las envidiables cifras mencionadas anteriormente. Irlanda evita caer en la complacencia y parece haber entrado ya en una nueva fase al darse cuenta de que deben ser más innovadores si quieren ser más competitivos que los países del Este, India o China, que ofrecen costes laborales más bajos.
En nuestro país, tras padecer durante años la deslocalización de numerosas empresas, parece que empezamos ahora a despertarnos y en octubre de 2005 se constituyó la Sociedad Estatal para la Promoción y Atracción de las Inversiones Exteriores (Interes Invest in Spain). De momento los resultados están por ver, aunque en la página web se anuncia para 2007 una reforma del sistema impositivo con una reducción progresiva del Impuesto de Sociedades hasta alcanzar el 30%. Creo que no será suficiente. Harían bien nuestros gobernantes en tomar buena nota del ejemplo irlandés.
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