Los estadounidenses Andrew Fire y Craig Mello publicaron en 1998 en la revista Nature el descubrimiento de un mecanismo natural por el que cualquier gen de una célula puede ser silenciado, bloqueando así la producción de la proteína que codifica. Este hallazgo supone una revolución en la biología tan importante que sin duda hará posible tratar enfermedades como el Alzheimer, el Parkinson, el HIV o el cáncer.
Nuestros genes se encuentran distribuidos en los veintitrés pares de cromosomas del núcleo de nuestras células. Forman la biblioteca que contiene las recetas necesarias para fabricar cada una de nuestras proteínas. El acido ribonucléico mensajero o ARNm se produce en el núcleo como copia de una de estas recetas y se dirige al citoplasma, donde se fabrica la proteína. Los galardonados Fire y Mello descubrieron que existe un ácido ribonucléico de interferencia o ARNi que en determinadas condiciones destruye el ARNm e impide que se fabrique la proteína en cuestión. Este proceso equivale a silenciar el gen correspondiente.
Tras completar el genoma humano, el siguiente reto es conocer la función de cada uno de los genes, saber para qué sirven. Y para este propósito, es indudable que resulta de gran ayuda disponer de un mecanismo para apagar de forma controlada cada uno de los genes. Pero también podemos alcanzar importantes avances en terapéutica. Algunos cánceres son el resultado de la expresión inoportuna de determinados genes. Es fácil inferir que silenciando éstos mediante el uso de un ARNi especifico detendríamos la enfermedad. Pero es que además no sólo podemos silenciar genes propios, sino que también podemos impedir la expresión de genes víricos. Si bloqueamos un gen que el virus necesita para replicarse, la infección se detendrá. De este modo, mediante el uso de ARNi específicos podemos detener la polio, la hepatitis C, el HIV, la gripe o el ébola.
Deberán pasar al menos cinco años hasta que podamos beneficiarnos de los primeros tratamientos basados en el ARNi. Todavía deben soslayarse algunas dificultades, como el desarrollo de formas farmacéuticas de aplicación sistémica que aseguren el transporte y la liberación del agente terapéutico en el lugar de acción. Ya se están empleando soluciones basadas en nanopartículas o en el uso de sustancias que son absorbidas por las células, como el colesterol.
Algunas compañías trabajan desde hace unos pocos años en la aplicación terapéutica del ARNi. Alnylam Pharmaceuticals y Sirna Therapeutics son dos de ellas. Ambas han alcanzado acuerdos con farmacéuticas como Allergan, GlaxoSmithKline (GSK), Merck o Novartis. Sirna y Allergan han completado con éxito la fase I para un tratamiento de la degeneración macular. GSK firmó hace unos meses con Sirna, de quien adquirió prácticamente un 20% de sus acciones, una alianza estratégica para el desarrollo y la comercialización de tratamientos para enfermedades respiratorias (asma, EPOC) basados en el ARNi. Merck acordó con Alnylam la investigación de nueve dianas terapéuticas que todavía no han sido definidas. Novartis y Alnylam por su parte anunciaron el pasado mes de febrero que iban a desarrollar un tratamiento para una posible pandemia de gripe, incluyendo la gripe aviar, basándose en el mecanismo de la silenciación genética.
Aunque el riesgo de invertir en etapas muy tempranas es más alto, las posibles recompensas suelen ser también mayores. Hace algunos años, muchas de las líderes de la industria perdieron la oportunidad que les brindaba la plataforma de los anticuerpos monoclonales y ahora lo están pagando caro con adquisiciones valoradas en miles de millones de dólares. Parece que esta vez no quieran repetir la historia y se lanzan a tomar posiciones. Es de prever que la concesión del Nobel de Medicina de este año supondrá el estímulo definitivo para compañías que hasta ahora no se habían decidido a invertir en este campo.
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